Noche de invierno, más precisamente Julio, alejada de la ciudad y rodeada del silencio del campo aparece a la vista la humilde casa que supo ser hace un par de décadas lo que se conoce por hogar.
De estructura típica y algo ajetreada por el paso del tiempo y las inclemencias del clima, sus paredes amarillas han devenido en un naranja claro, con grietas oportunamente ocupadas por vestigios de moho.
La chimenea se muestra incansable, como cada invierno desde hace 20 años cuyas manchas de hollín sirven de testigo.
Alrededor; césped de mediana estatura, equivalente al mediano cuidado que se le dio, sólo se divisa un pequeño grupo de angurrientos ligustrines rodeados por la cerca de madera que no invita a nadie a pasar.
Porque a nadie se interesa recibir…
ESCENA I. INTERIOR CASA. NOCHE.
Por dentro el clima contrasta con la escarcha exterior que cala los huesos, a pesar del nulo mantenimiento el hogar a leña sigue siendo efectivo, de todos modos la casa es pequeña, como quien diría solo para dos, aunque a veces dos sean multitud alrededor de la chimenea.
Allí se encuentra Emiliano, en ese espacio neutral. Como todas las tardes, hasta altas horas de la noche su vida se vuelca gota a gota en su vieja silla de madera que parece quejarse con voz propia cada vez que él decide torturar otra sección de sus huesos con la dura madera.
Su nublada mente no encuentra sosiego, y esa silla parece reflejar la incomodidad interior, una descarga eléctrica recorre su cuerpo y hace temblar sus manos. Se encuentra a escasos centímetros del fuego, pero cualquiera diría que esta temblando de frío. Sin embargo en su estomago nacía esa familiar sensación que siempre llega al mismo puerto. Como si algo aprisionado luchara ferozmente por liberase dentro suyo.
A su costado observa la mesa ratona de tres patas, antigua y desgastada, de aspecto tan barato y vulgar como la botella casi vacía de whisky que se posa en ella.
Emiliano mira el fuego fijamente, aun no ha decidido si quemar sus ojos de esa manera o simplemente arrojarse a las llamas, por lo pronto lagrimean esquivos.
Toma la botella por el cuello y bebe una y otra vez con frenesí, como si en su estado quisiese detener el mundo en ese preciso momento.
Desde lo alto de la chimenea el cuadro del niño llorón testigo en silencio como tantas otras veces y receptor de insultos en los escasos momentos de sobriedad, lo mira con reproche sin importar en qué punto del cuarto se encuentre.
Su único anclaje al mundo real es la vieja radio maltrecha que a duras penas logra sintonizar un partido de futbol que se juega en algún lugar del país, el condenado volumen parece querer volarle la tapa de los sesos, y el siente placer…
Súbitamente su cristal mental se rompe en pedazos, el sonido de la radio cesó, Emiliano se gira en lo que él supone un movimiento brusco que casi lo deja de narices en el suelo, y en la nube visual alcanza a divisar la silueta de una mujer, su esposa.
Ella lo mira fijamente con una mezcla de impotencia y asco.
EMILIANO.
¿Que que que pasa, que haces?
Ella continúa en la misma posición con el cable colgando de la mano que ya comienza a titubear su firmeza. A pesar de su estado el percibe el enojo de su mujer.
EMILIANO.
¡¿Será posible?! en la puta vida puedo estar un segundo en paz que tenes que estar encima rompiendo las pelotas. ¡¿Que es lo que te jode ahora?!
ROCIO.
¿Que me jode? No sé, supongo que si voy a ser testigo de cómo te destrozas en vida, me gustaría al menos tener los tímpanos sanos. Acordate que voy a necesitar escucharte cuando estés postrado en una cama y quieras que te limpie el culo.
El volcán que desde hacía rato temblaba dentro de él definitivamente estalló. Su puño se cerró con violencia alrededor del vaso que término pulverizado sobre la mesa ratona aún sostenido por su mano que en un segundo se tiño de rojo carmesí al mismo tiempo que se levantaba de la silla con un errático salto que la dejo tendida sobre el respaldo junto a la mesa.
ROCIO.
¡¡¡Mira lo que hiciste!!! ¡Me tenes podrida!, otra vez lo mismo, borracho de mierda. ¡Porque!
Emiliano siente su sangre hervir, y se siente ciego en cuerpo por el alcohol y alma por la furia.
Se abalanza sobre ella, ya hace una hora dejo de ser el mismo, y en una parte recóndita de su mente es consciente de que esta poseído por la bestia, pero calla su conciencia de un golpe al mismo tiempo que toma a Rocío del brazo clavándole los dedos en la carne. La trae hacia él y le grita al oído.
EMILIANO.
Repetime lo que me acabas de decir, yegua basura. ¡¿Quien carajo te crees que sos?!
ROCIO.
Soltame por favor, ¡basta ya! ¿¡Que me queres hacer?!
EMILIANO.
Dale decime de una vez, carajo, a vos que mierda te importa si me pongo en pedo o no, ¡me tenes podrido!
El la sujeta del brazo que parece tener mente propia mientras la empuja con todas sus fuerzas contra la robusta heladera que se tambalea peligrosamente al recibir el impacto.
ROCIO
¡Hijo de puta! ¡¿Vos quien te crees que sos?! Ahora vas a venir a pegarme maricon! ¡Nunca serviste para nada borracho infeliz! ¡Matate y dejame en paz de una vez!
Emiliano totalmente fuera de si se abalanza una vez más sobre ella con el corazón a punto de salirse de su pecho y vuelve a tomar a su mujer con todas sus fuerzas, pero esta vez de su frágil cuello que parece ceder entre sus manos, pasan cuatro largos minutos, ella yace muerta sobre el piso.
ESCENA II. INTERIOR HABITACION. DIA.
Emiliano se despierta sobresaltado, su brazo esta sobre el lado opuesto de la cama matrimonial, hace un movimiento rápido con la mano sobre la sabana, acción que le devuelve un dolor punzante en la palma, se mira y ve numerosos cortes que vuelven a liberar unas gotas de sangre.
Se endereza de golpe, Rocío no está en la cama.
Se forma un revoltijo en su estomago y el corazón le da un vuelco, se dirige tambaleándose a la cocina, no hay olor a comida recién hecha, los platos del día anterior siguen sucios… la vieja heladera esta unos centímetros corrida de su lugar habitual, pero todo está en silencio, tampoco está allí, mira por la ventana de reojo y siente que está a punto de vomitar.
Por último llega al living, no hay nada a la altura de su vista, el corazón parece galopar en el, hasta que observa en el último y más temido plano, Rocío se encuentra de rodillas en el piso limpiando los restos de vidrio.
Emiliano dirige su mirada hacia el lugar donde comenzó todo, el leño esta consumido y el frio ha logrado equipararse con el hielo del aire que rodea la casa.
La mesa ratona con restos del vaso roto y gotas de sangre aun sostiene la botella con menos de una octava parte del contenido original. Él la toma por el cuello, mira su antebrazo y luego observa a su mujer, nuevamente las palabras de su esposa martillan su mente, las emociones se entremezclan, cae una lágrima por su rostro, y sostiene firmemente la botella.
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